31.8.10

Hace diez minutos, mis manos temblaban, no por frío ni por miedo, si no por el sentimiento de impotencia que me daba la situación. Ahora, veo mi vida como si fuese una casita hecha con palitos de helado, pegados con el pegamento más barato que uno puede comprar a último momento, y que fue pisada por el nene malo del grado -intencionalmente-, y no siento nada más que las lagrimas. Decir que en parte me duele el alma, se queda corto. Me duele el alma y la cabeza y hasta el pelo de los tirones que sufrió ante la ira y la desesperación que invadieron mi mente mientras escuchaba esas palabras. De repente escuchar "suicidio" y "tía" en una misma oración se convirtió en algo más real de lo que me hubiese gustado.


Suena a que en este momento veo sólo lo malo,
pero juro que es verdad eso de que sólo parte mi alma me duele.
Parte de ella no podría estar más contenta por cómo es la vida en este momento.
Lo único que lastiman son esas mentiras que uno escucha,
y que no se entera de que eran cosas ficticias hasta que es muy tarde.

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