13.9.09

Se paró frente al espejo del pasillo y simplemente contempló su reflejo. Desde hacía años se había acostumbrado a ignorar sus pensamientos y actuar de acuerdo a lo que los otros veían en él. Esta vez era diferente; en su reflejo él por fin podía ver quién verdaderamente era. Más allá del convincente vendedor de seguros, capaz de venderle un seguro a alguien sin posesiones, se escondía el tímido chico que siempre había sido. Miraba su rostro y notaba las bolsas debajo de sus ojos, causadas por tantas largas horas de trabajo. Observaba cuidadosamente sus brazos y la manera en que todo su arduo entrenamiento en el gimnasio años atrás se había esfumado: ahora eran débiles y finos como cintas que caían de sus hombros. En su mente no lograba comprender cómo otros lo percibían diferente. Él sólo veía su pequeña cintura y sus ojos cansados, que de sólo mirarlos atentamente, cualquiera se podría dar cuenta de que escondían el dolor más fuerte que un hombre puede sentir. Su pelo nublaba la vista y lo único que él podía pensar era que hacía tiempo había estado posponiendo su visita a la peluquería, pero la demanda en la oficina aumentaba con los días, y el tiempo era escaso.
Se sentía débil y perdido, confundido. Con cada segundo que corría frente al espejo, encontraba un secreto que él mismo había olvidado que ocultaba. A la vez, se preguntaba qué habría pasado con aquel chico fuerte que solía ser y con sus convicciones morales que siempre predicaba. Ahora simplemente era un caparazón sin esencia en su interior. Sin duda los años habían pasado y hecho estragos con su cuerpo y con su espíritu. Tenía tan sólo veintitrés años y se sentía tan frágil como un anciano. Lamentaba su vida y odiaba el haberse rendido ante ella. Se preguntaba a él mismo cuándo había dejado de luchar para mantener su vida bajo control. Ahora era un robot, simplemente un empleado más, ocultando sus penas y dolores tras un triste y viejo traje azul marino y disimulando el deterioro de su cuerpo tras las ropas que elegía.

No hay comentarios: